La semana pasada estaba estresada, con tantas y tantas cosas que tenía que
hacer, pensar, meditar, afrontar... ya sabéis el día a día. No fue, que
digamos, una semana grandiosa para mí, yo intentaba meterme en la cabeza que
iba a ser un gran día a pesar de las circunstancias, pero realmente no, cada
noche intentaba por mis fuerzas afrontar mis problemas, y decía de palabra que
Dios tenía el control, pero en mi corazón sabía que no lo estaba creyendo.
El viernes antes de terminar la semana decidí que era el día de tomar las
riendas, y dejar todas mis cargas en el único que puede soportarlas, el único
que puede ayudarme a salir de donde estaba. Y la verdad nunca falla, al entrar
a mi habitación sentí que Él ya me estaba escuchando desde lejos, sentí un aire
fresco, le sentí a Él. Pude sentir como todos mis problemas salían de mi boca,
y mi corazón se rendía ante el control supremo de Dios. Al instante un peso de
encima se quito, como si me quitarán trescientas piedras de encima, algo
sobrenatural.
Ese día volví a tomar conciencia, que somos incapaces, normalmente, de
descargarnos en Dios, de rendirle nuestros problemas, creemos ser super héroes
de nuestra propia vida, pero realmente el único super héroe que puede ayudarnos
es Dios, el que acude cada día a nuestro socorro. Cuando ya reconocemos que no
podemos hacer las cosas por nosotros mismos, ahí está Él.
La verdad no tengo palabras para describir la eterna misericordia y
paciencia que Dios me muestra cada día, no alcanzo a entender que Él nos ame
tanto... pero así es Él, nuestro asombroso Dios, indescriptible Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario